Leyendas de El Bolson y la patagonia 2

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Visiones sobre Sheffield

Martin Sheffield, llegó al extremo sur de América en busca de Robert Parker y Harry Longbaugh, más conocidos por sus nombres de forajidos “Butch Cassidy” y “Sundance Kid”, respectivamente, quienes habían llegado a la zona huyendo de las autoridades norteamericanas, tras cometer un millonario robo en 1901.

“Sepúlveda escribió hace algunos años una historia sobre el hombre que parte para la Patagonia en el inicio del siglo pasado a tratar de descubrir a Butch Cassidy y Sundance Kid”, señaló Walter Salles (Cineasta chileno).

“Luís Sepúlveda escribió un cuento fascinante, donde narra en pocas paginas la historia de Martín Sheffield, quien termina enamorándose y apasionándose por esta parte de Latinoamérica, que es la Patagonia”, añadió.

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Leyenda del Amanecer

El cielo del amanecer no tenía color, era simplemente blanco lechoso, pero una noche, ya cercano al amanecer el gigante Noshtex (Gigante perverso, Padre de Elal), asesinó a la nube que tenía prisionera y arrojó su cuerpo ensangrentado al espacio para no ser descubierto.

Sin embargo la sangre que manaba abundante, salpicó al firmamento y chorreó largamente. Cuando comenzó a salir el sol, iluminó la trágica escena y, asombrados, los indios vieron enrojecerse más y más el cielo; por la tarde se repitió la escena y así día tras día hasta el infinito del tiempo.

Amanecer en Los Andes

Los patagónicos suelen mirar extasiados los amaneceres y las puestas del sol recordando, en el silencio de las inmensidades, el origen de los cielos más lindos de la tierra.

Fuente: Pelargonium del Foro Bolsonweb

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La Azucena del bosque

Hace muchos, muchos años, había una región de la tierra donde el hombre aún no había llegado. Cierta vez pasó por allí I-Yará (dueño de las aguas) uno de los principales ayudantes de Tupá (dios bueno). Se sorprendió mucho al ver despoblado un lugar tan hermoso, y decidió llevar a Tupá un trozo de tierra de ese lugar. Con ella, amasándola y dándole forma humana, el dios bueno creó dos hombres destinados a poblar la región. Como uno fuera blanco, lo llamó Morotí, y al otro Pitá, pues era de color rojizo. Estos hombres necesitaban esposas para formar sus familias, y Tupá encargó a I-Yará que amasase dos mujeres. Así lo hizo el Dueño de las aguas y al poco tiempo, felices y contentas, vivían las dos parejas en el bosque, gozando de las bellezas del lugar, alimentándose de raíces y de frutas y dando hijos que aumentaban la población de ese sitio, amándose todos y ayudándose unos a otros.

En esta forma hubieran continuado siempre, si un hecho casual no hubiese cambiado su modo de vivir. Un día que se encontraba Pitá cortando frutos de tacú (algarrobo) apareció junto a una roca un animal que parecía querer atacarlo. Para defenderse, Pitá tomó una gran piedra y se la arrojó con fuerza, pero en lugar de alcanzarlo, la piedra dio contra la roca, y al chocar saltaron algunas chispas. Este era un fenómeno desconocido hasta entonces y Pitá, al notar el hermoso efecto producido por el choque de las dos piedras volvió a repetir una y muchas veces la operación, hasta convencerse de que siempre se producían las mismas vistosas luces. En esta forma descubrió el fuego. Cierta vez, Moroti para defenderse, tuvo que dar muerte a un pecarí (cerdo salvaje – jabalí) y como no acostumbraban comer carne, no supo qué hacer con él.

Al ver que Pitá había encendido un hermoso fuego, se le ocurrió arrojar en él al animal muerto. Al rato se desprendió de la carne un olor que a Morotí le pareció apetitoso, y la probó. No se había equivocado: el gusto era tan agradable como el olor. La dio a probar a Pitá, a las mujeres de ambos, y a todos les resultó muy sabrosa.

Desde ese día desdeñaron las raíces y las frutas a las qué habían sido tan afectos hasta entonces, y se dedicaron a cazar animales para comer. La fuerza y la destreza de algunos de ellos, los obligaron a aguzar su inteligencia y se ingeniaron en la construcción de armas que les sirvieron para vencer a esos animales y para defenderse de los ataques de los otros.

En esa forma inventaron el arco, la flecha y la lanza. Entre las dos familias nació una rivalidad que nadie hubiera creído posible hasta entonces: la cantidad de animales cazados, la mayor destreza demostrada en el manejo de las armas, la mejor puntería… todo fue motivo de envidia y discusión entre los hermanos.

Tan grande fue el rencor, tanto el odio que llegaron a sentir unos contra otros, que decidieron separarse, y Morotí, con su familia, se alejó del hermoso lugar donde vivieran unidos los hermanos, hasta que la codicia, mala consejera, se encargó de separarlos. Y eligió para vivir el otro extremo del bosque, donde ni siquiera llegaran noticias de Pitá y de su familia. Tupá decidió entonces castigarlos. El los había creado hermanos para que, como tales, vivieran amándose y gozando de tranquilidad y bienestar; pero ellos no habían sabido corresponder a favor tan grande y debían sufrir las consecuencias.

El castigo serviría de ejemplo para todos los que en adelante olvidaran que Tupá los había puesto en el mundo para vivir en paz y para amarse los unos a los otros. El día siguiente al de la separación amaneció tormentoso. Nubes negras se recortaban entre los árboles y el trueno hacía estremecer de rato en rato con su sordo rezongo. Los relámpagos cruzaban el cielo como víboras de fuego. Llovió copiosamente durante varios días. Todos vieron en esto un mal presagio.

Después de tres días vividos en continuo espanto, la tormenta pasó. Cuando hubo aclarado, vieron bajar de un tacú (algarrobo) del bosque, un enano de enorme cabeza y larga barba blanca. Era I-Yará que había tomado esa forma para cumplir un mandato d e Tupá. Llamó a todas las tribus de las cercanías y las reunió en un claro del bosque. Allí les habló de esta manera: Tupá, nuestro creador y amo, me envía. La cólera se ha apoderado de él al conocer la ingratitud de vosotros, hombres. Él los creó hermanos para que la paz y el amor guiaran vuestras vidas… pero la codicia pudo más que vuestros buenos sentimientos y os dejasteis llevar por la intriga y la envidia.

Tupá me manda para que hagáis la paz entre vosotros: iPitá! iMoroti! ¡Abrazaos, Tupá lo manda! Arrepentidos y avergonzados, los dos hermanos se confundieron en un abrazo, y todos los que presenciaban la escena vieron que, poco a poco, iban perdiendo sus formas humanas y cada vez más unidos, se convertían en un tallo que crecía y crecía … Este tallo se convirtió en una planta que dio hermosas azucenas moradas. A medida que el tiempo transcurría, las flores iban perdiendo su color, aclarándose hasta llegar a ser blancas por completo. Eran Pitá (rojo) y Morotí (blanco) que, convertidos en flores, simbolizaban la unión y la paz entre los hermanos.

Ese arbusto, creado por Tupá para recordar a los hombres que deben vivir unidos por el amor fraternal, es la «AZUCENA DEL BOSQUE».

Azucena del bosque

Fuente: Recopiladas de «Petaquita de Leyendas» Ed. Peuser. Azucena Carranza y Leonor Lorda Perellón.

El Plesiosaurio o plesiosauro del lago epuyen

Una mañana de enero de 1922, el doctor Clemente Onelli, director del jardín Zoológico Nacional de La Plata, encontró la siguiente carta sobre su escritorio:

«De mi consideración: Sabedor de su interés publico, deseo llamarle la atención sobre un fenómeno sin duda del mayor beneficio, y que además podría permitirle adquirir un animal desconocido hasta ahora por la ciencia: Hace algunas noches vi unas huellas en un campo junto a la laguna donde tenia instalado mi campamento.

Las huellas se asemejaban a las que deja una carreta pesada. El pasto estaba completamente aplastado y todavía no a vuelto a levantarse.

Entonces, en el medio de la laguna, vi la cabeza de un animal. A primera vista, supuse que se trataba de una especie desconocida de cisne, pero las curvas visibles en el agua me llevaron a decidir que su cuerpo se parecía más bien al de un cocodrilo.

El objeto de esta carta es solicitarle su ayuda material para llevar a cabo una expedición. Me refiero a botes, arpones, etc. (podríamos construir el bote aquí.) Además, de resultar imposible capturar al animal, le pido me envíe líquido para embalsamar. Si mi proposición le interesa, le ruego que me envíe a casa de Pérez Gabito fondos para realizar esta expedición.

Martin Sheffield

Martin Sheffield

Muy atentamente.

Martín Sheffield»

El autor de esta carta era un aventurero del condado de Tom Green en Texas, quien se autodenominaba sheriff y llevaba la estrella correspondiente y el sombrero como prueba del cargo. Aproximadamente apareció en la Patagonia, con un cierto parecido a Ernest Hemingway, y vago por las montañas “mas pobre que Job”, con una yegua blanca y un perro alsaciano por compañía.

Persistía en el la ilusión de que la Patagonia era una extensión del Lejano Oeste. Era un gran tirador. Desde la orilla del río cazaba truchas, le daba al cigarrillo que el jefe de policía llevaba entre los labios y tenía el hábito de agujerear los tacones de las mujeres.

(…) Onelli convoco a una conferencia de prensa y anuncio la próxima caza del plesiosauro. Una dama de la sociedad contribuyo con 1.500 dólares a la compra del equipo necesario. Dos jubilados escaparon del hospicio de las Mercedes para luchar contra el monstruo. El plesiosauro inspiro también el nombre de un tango y de una marca de cigarrillos. Cuando Onelli insinuó que quizás seria necesario embalsamarlo, el Jockey club expreso la esperanza de poder exhibirlo, pero esto provoco las protestas de don Ignacio Albarracin, de la Sociedad Protectora de Animales. Entre tanto el país estaba paralizado por una elección general que debía decidir si se cambiaba o no al presidente radical, el doctor Hipólito Irigoyen, y de alguna manera el plesiosauro logro incorporarse a la campaña como emblema de la derecha.

Plesiosauro de Bariloche

La expedición, impulsada por Clemente Onelli, estaba compuesta por el Ing. Emilio Frey como jefe, geógrafo y gran conocedor de la región; José M. Cinaghi administrador del Zoo y cazador; Alberto Merkle, taxidermista y Santiago Andueza, experimentado tirador. Recorrieron la zona en abril del mismo año. La comisión realizó una observación minuciosa de la laguna del Hoyo de Epuyen y hasta dinamitaron distintos lugares de la misma sin obtener resultados. Finalmente dejaron la región sin noticias de semejante animal. En Bariloche los recibió un desfile de disfrazados y una enorme carroza simulando un gigantesco plesiosaurio.

Dos diarios inclinados a acoger con beneplácito el capital extranjero adoptaron el plesiosauro. La Nación confirmo los preparativos para la caza y le deseaban buen éxito. En la prensa el entusiasmo era mayor aun: “La existencia de este rarísimo animal que ha despertado la atención en el extranjero es un acontecimiento científico que llevara a la Patagonia a una posición privilegiada por el hecho de contar con una bestia tan insospechada.” En Buenos Aires zumbaban los cables.

Edmund Séller, compañero de caza de Teddy Roosevelt, escribió solicitando un trozo de piel para el Museo Norteamericano de Historia Natural, en memoria de su viejo amigo. La universidad de Pennsylvania manifestó que un grupo de zoólogos estaba dispuesto a partir de inmediato para la Patagonia, añadiendo que si atrapaban al animal el lugar mas adecuado para el era Estados Unidos.

“Resulta obvio”, comentaba el Diario del Plata, que “este mundo fue creado para mayor gloria de los norteamericanos, manifiesta en la doctrina Monroe.”

El plesiosauro fue un regalo providencial para la izquierda. Clemente Onelli, el campeón que mataría a la bestia, aparecía como un nuevo Parsifal, Lohengrin o Sigfrido. El diario La Montaña dijo que, domesticado, el animal podría resultar útil para los infortunados habitantes de la Tierra del Diablo, Alusión a la revuelta de los peones en el sur de la patagonia que había sido sofocada enérgicamente por el ejército el mes anterior.

Otro articulo llevaba el titulo de “El dragón de Capadocia” y la publicación nacionalista La Fronda escribía: “Este animal milenario, piramidal y apocalíptico hace un ruido de la madona y por lo general aparece en medio de los opacos sopores de gringos borrachos.” (…) Martín Sheffield murió en 1836 en Arroyo Ñorquinco. (…) Una cruz de madera con las iniciales M.S señalaba su tumba, pero un cazador de Buenos Aires se la robo. El hijo que tuvo con una mujer indígena vivió en El Bolsón.

Fuente: IN PATAGONIA

BRUCE CHATWIN 1940/1989

Primera edic. En ingles: Jonathan Cape Ltd, 1977

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LEYENDA DE LA MUTISIA

Hace ya mucho tiempo los fértiles valles de la cordillera estaban ocupados por tribus mapuches. Painemilla (oro azul), era un cacique altanero y violento que pretendía imponer su dominio sobre todas las tribus vecinas. Los que no se le sometían eran sus enemigos irreconciliables y con ellos mantenía frecuentes guerras.

Tal era el caso de Huenumán (cóndor del cielo),quien no se doblegaba a las pretensiones de su vecino y seguía luchando por su independencia y autonomía. Un antiguo rencor separaba a ambos jefes de sus súbditos.

Pero la flor del amor brota también en lugares inhóspitos como los pehuenes entre las rocas. Así sucedió que Millaray (flor de oro),la joven hija de Painemilla, se enamoró locamente de Ñancumil(aguilucho de oro),hijo precisamente de su enemigo, el cacique Huenumán. Se vieron muchas veces a escondidas por temor al odio entre sus padres.

En cierta ocasión, toda la tribu de Painemilla estaba reunida celebrando un Nguillatún en una gran explanada. Durante la noche todos dormían menos la machi que velaba junto al rehue (altar), cuidando la sangre del animal sacrificado. De pronto, un graznido potente rompió el silencio nocturno:era el Pun Triuque (chimango de la noche) quien con su grito de alerta presagia desgracias. La machi se estremeció y escuchó atentamente cualquier ruido que pudiera delatar el suceso anunciado por el pájaro agorero. Miró atentamente a su alrededor escudriñando a través de las tinieblas. Un ruido sospechoso hizo que enfocara hacia allá su mirada observando cómo sigilosamente escapaban entre las sombras dos jóvenes que alcanzó a reconocer:eran Millaray y el hijo del enemigo tomados de la mano. La machi quedó perpleja y decidió consultar con el pillán,o deidad de su devoción, cómo proceder en estas circunstancia. –“¿Debo o no avisar al padre de la niña?” –“Sí” -le contestó el pillán. Inmediatamente corrió al toldo del cacique y delató la fuga de su hija. Al salir se sobresaltó de nuevo. ¡Oh desgracia! Por segunda vez escuchó el alarmante grito del Pun Triuque. Painemilla muy enojado ordenó la persecución y captura de los muchachos. Al poco rato fueron apresados y traídos ante la presencia del cacique.

Inmediatamente fueron juzgados y condenados a muerte.De nada les sirvió explicarles que querían casarse respetando todos los rituales y costumbres de la tribu y que nada malo les hacían a los demás. El no participar del odio al enemigo era para ellos un gran delito. Inmediatamente se dispusieron a ejecutar la sentencia y por tercera vez se escuchó el afligido y doliente grito del Pun Triuque. Ya nadie lo escuchó. Ambos jóvenes fueron atados a un poste y con lanzas y machetes, entre gritos e insultos les dieron la más cruel de las muertes.

Abandonaron los cuerpos ya sin vida colgando del palo y se retiraron a sus toldos. A la mañana siguiente una sorprendente maravilla esperaba a los verdugos de esta inocente pareja de enamorados. En el mismo lugar donde estaban los cuerpos de los jóvenes habían nacido unas hermosas flores nunca vistas hasta entonces. Parecidas a las margaritas, tenían largos pétalos anaranjados y se abrazaban al poste del sacrificio igual que una enredadera, como se abrazaban los enamorados. -¡Quiñilhue, Quiñilhue! –gritaron admirados los primeros que las vieron.

Todos fueron a ver al prodigio y no salían de su asombro. Avergonzados y arrepentidos, los mapuches empezaron a venerar esa flor llamada mutisia por los blancos que desconocen su origen, y desde entonces le dicen Quiñilhue como los primeros que la vieron. Las almas de los jóvenes amparadas por el Futa Chao (padre grande) en el país del cielo,se amarán por siempre, mientras esa delicada flor de pétalos dorados nos recuerda su martirio dado por hombres injustos.

Fuente: Marcelino Castro García

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LEYENDA DEL PEHUÉN O ARAUCARIA

Desde siempre Nguenechén hizo crecer el pehuén en grandes bosques, pero al principio las tribus que habitaban esas tierras no comían los piñones porque creían que eran venenosos. Al pehuén o araucaria lo consideraban árbol sagrado y lo veneraban rezando a su sombra, ofreciéndole regalos: carne, sangre, humo,y hasta conversaban con él y le confesaban sus malas acciones. Los frutos los dejaban en el piso sin utilizarlos. Pero ocurrió que en toda la comarca hubo unos años de gran escasez de alimentos y pasaban mucha hambre,muriendo especialmente niños y ancianos.

Ante esta situación los jóvenes marcharon lejos en busca de comestibles:bulbos de amancay,hierbas,bayas,raíces y carne de animales silvestres. Pero todos volvían con las manos vacías. Parecía que Dios no escuchaba el clamor de su pueblo y la gente se seguía muriendo de hambre. Pero Nguenechén no los abandonó… Y sucedió que cuando uno de los jóvenes volvía desalentado,se encontró con un anciano de larga barba blanca.

– “¿Qué buscas, hijo?” – le preguntó –“Algún alimento para mis hermanos de la tribu que se mueren de hambre. Por desgracia no he encontrado nada”. – “Y tantos piñones que ves en el piso bajo los pehuenes, ¿no son comestibles?” – “Los frutos del árbol sagrado son venenosos, abuelo” -contestó el joven.

– “Hijo,de ahora en adelante los recibiréis de alimento como un don de Nguenechén. Hervidlos para que se ablanden,o tostadlos al fuego y tendréis un manjar delicioso. Haced buen acopio,guardadlos en sitios subterráneos y tendréis comida todo el invierno”. Dicho esto desapareció el anciano. El joven siguiendo su consejo recogió gran cantidad de piñones y los llevó al cacique de la tribu explicándole lo sucedido. Enseguida reunieron a todos y el jefe contó lo acaecido hablándoles así: – “Nguenechén ha bajado a la tierra para salvarnos. Seguiremos sus consejos y nos alimentaremos con el fruto del árbol sagrado,que sólo a él pertenece”. Enseguida comieron en abundancia piñones hervidos o tostados,haciendo una gran fiesta. Desde entonces desapareció la escasez y todos los años cosechaban grandes cantidades de piñones que guardaban bajo tierra y se mantenían frescos durante mucho tiempo. Aprendieron también a fabricar con los piñones el chahuí,bebida fermentada. Cada día,al amanecer,con un piñón en la mano o una ramita de pehuén,rezan mirando al sol: «A ti te debemos nuestra vida,y te rogamos a ti,el grande,a ti nuestro padre, que no dejes morir a los pehuenes. Deben propagarse como se propagan nuestros descendientes,cuya vida te pertenece,como te pertenecen los árboles sagrados».